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jueves, 8 de octubre de 2009

Recordando a Mónica Madariaga el día de su partida.


Creo que fue en la CEAM, en 1978 que la vi por primera vez. Una mujer alta, con mucho carácter, inteligente, agradable y -por sobretodo- importante. Mal que mal era la única Ministra que tenía el gabinete de Augusto Pinochet. La Ministra de Justicia. La segunda mujer en ejercer el cargo de ministra en nuestra historia.

Yo, con mis 15 años de edad y la mínima experiencia o conocimiento político, tomé la suerte de conocer a tan importante personaje como una oportunidad que pocos chicos de mi edad tenían. Estar en una reunión donde se encontraba -nada más y nada menos- que la "Ministra de Justicia" Mónica Madariaga.

He tenido en mi vida la oportunidad de conocer a varios grandes personajes, algunos que se inmortalizaron en páginas de nuestra historia, pero sin embargo siempre se tiene el tiempo de meditar este "cruce de vidas" después de ocurrido el mismo. Con la Sra. Mónica Madariaga me pasó igual. Pasarían varios años para dimensionar la importancia histórica que ella tendría en el periodo oscuro de nuestra historia del gobierno militar de Pinochet.

Hoy, al enterarme de su partida, vino a mi aquel lejano momento del primer encuentro con ella. La volví a ver alta, delgada, cálida, aunque de mucha seriedad.

La Sra. Mónica Madariaga fue Ministra de Justicia entre los años 1977 y 1983, años emblemáticos de la dictadura militar, periodo en que se promulgó la Constitución de 1980 y la famosa Ley de Amnistía a los crímenes cometidos por militares (durante el periodo 1973 y 1978) ley que fue redactada por la propia Mónica Madariaga.

Para aquellos que no conocen ese periodo de la historia de Chile, esta dama les puede parecer un ser macabro. Sin embargo algunos años después (1985) la misma ex ministra pidió perdón y afirmó "haber vivido en una burbuja" con respecto a los crímenes a los derechos humanos.

Esta valiente actitud hizo que ciertos grupos contrarios a la dictadura vieran con un poco más de "simpatía" a esta pinochetista que renegaba de quien era el dictador de Chile y -al mismo tiempo- su primo.

Fue también este año (2009) que su nombre vuelve a ser parte de las noticias, al afirmar en una entrevista a un canal de televisión, que en 1982 habría intercedido para liberar al actual candidato a la Presidencia, Sebastián Piñera Echenique (en ese año Gerente General del Banco de Talca), de su encarcelamiento por fraude e infracciones a la Ley General de Bancos.

Aunque Piñera negó las acusaciones realizadas por la ex ministra, ella reafirmó sus dichos y llamó "mentiroso" al candidato presidencial de la Coalición por el Cambio.

La Sra. Mónica fue una mujer valiente, que creyó en un Chile que tenía el potencial de ser una gran nación, por el cual luchó desde su visión o perspectiva política. Fue una mujer que supo asumir sus errores y -principalmente- supo pedir perdón.

Ha partido de este mundo. Sufrió los dolores y crueldad de un largo cáncer. Que descanse en paz.

Les dejo un interesante artículo escrito por Manuel Guerrero Antequera, hijo del profesor del mismo nombre (Manuel Guerrero), degollado junto a otros dos profesionales, durante la dictadura de Pinochet, quien nos cuenta como fue su "encuentro" con Mónica Madariaga.

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LAS TARJETAS DE NAVIDAD DE MADARIAGA

Hace años, mi primer trabajo profesional fue en la Secretaría Técnica del Consejo Superior de Educación, hoy Consejo Nacional de Educación. Como sociólogo estaba a cargo del seguimiento de varios procesos de autonomía de universidades e institutos profesionales nuevos. Entre ellos había uno de Concepción, que tenía de rectora a Mónica Madariaga. Durante medio año tuvimos intercambios epistolares, en los que yo redactaba oficios y cartas que firmaba el Secretario Ejecutivo del Consejo, los que ella respondía muy pomposamente. A mí me tocaba revisar y contestar sus comunicaciones, pero con la firma institucional. Hasta que en una oportunidad ella solicitó una entrevista personal.

Arribó en una camioneta cuatro por cuatro gigante. Se sentó en la sala de espera y luego de un momento fue atendida por el Secretario Ejecutivo. Yo estaba en mi oficina en el segundo piso y decidí bajar a saludarla, porque consideré que me correspondía hacerlo, pues llevaba los asuntos de su institución. Tuve algunos minutos de vacilación. Me pregunté qué me pasaría al estar frente a ella. Sin embargo, primó mi sentido del deber profesional. Ella estaba ahí como rectora, no por su calidad de cómplice de la dictadura, y en tanto autoridad educacional se merecía el trato deferente que le dábamos a cualquier persona. Bajé y entré a la sala.

El Secretario Ejecutivo, se puso un poco nervioso al verme, pero sentí que era más bien en una actitud de protegerme y solidaridad con esta extraña situación y encuentro un poco probable entre personas que, por sus historias de vida, estaban en bandos antagónicos. Ella se puso de pie, era muy alta, y en un perfecto chileno -estaba llena de modismos, todo lo hablaba con diminutivos- preguntó, "¿y cómo se llama usted mijito?". Me acerqué y le extendí la mano, "Manuel Guerrero", le dije sin levantar la voz pero en forma muy clara, "el profesional a cargo del proceso de licenciamiento de su institución". Al oírme se echó un instante para atrás, y en un tono más delicado dijo, "Usted tiene un nombre histórico". "Y usted tiene una firma histórica", le respondí, y en sus ojos me pareció ver cómo recorría mentalmente la Ley de Amnistía.

Hubo un silencio de un par de segundos y luego nos sentamos a analizar la situación del instituto. Al poco tiempo solicitamos al Ministerio de Educación su cierre. Pero no porque lo dirigiera Mónica Madariaga, no por los actos pasados de su rectora, sino porque en el presente esa institución no cumplía condiciones mínimas de calidad y habían antecedentes objetivos que lo evidenciaban.

Durante un par de años me envió tarjetas de Navidad. "Felices fiestas Manuelito, que lo pases bien y en paz junto a tu familia". Nunca se las respondí. Daban ganas de espetarle, "Mi familia está incompleta, porque la dictadura de la que fuiste parte asesinó al abuelo de mi hija, a mi padre". Sin embargo, cada vez que estuve frente a ella no lo hice. No le grité, ni la escupí. No lo hice y no me arrepiento. Considero que no era necesario, pues mi relación con ella era estrictamente laboral, de funcionario público con una rectora. Ahora nosotros somos el Estado, pensaba en mi interior cada vez que ella llegaba a una reunión, y somos, debemos ser diferentes a lo que ellos fueron. No olvidamos a nuestros muertos, pero sabemos que el Estado es para todos sin excepción. Ahora es ella la que debe dar cuentas, como cualquier ciudadano que dirige una institución educativa, trátala como corresponde a esa condición. No seas victimario, no la conviertas en víctima, me repetía.

"Revanchismo jamás, justicia, nada más, pero tampoco nada menos". Suena bien, pero es difícil asumirlo y más aún aplicarlo. Ella debió haber rendido cuentas respecto de su participación en la infame Ley de Amnistía y tantas otras barbaridades de las que participó. De alguna manera lo hizo, en una forma peculiar, a través de las entrevistas que concedió, entre ellas cuando reconoció haber intervenido directamente para impedir que Sebastián Piñera, ahora candidato a la presidencia, fuera detenido a raíz de la investigación que realizaba la justicia en 1982 en el caso del fraude del Banco de Talca.

Hay muchos civiles que generaron las condiciones de posibilidad y de mantención de la dictadura que aún pasan desapercibidos. Me parece que no fue el caso de ella. Quizá el cáncer del cual acaba de morir, fue la forma en que su cuerpo y conciencia hizo justicia respecto de sí misma, de sus actos, de la impunidad que consume al cuerpo de Chile y vemos que también al cuerpo de su gente. Creo que debieran haber otras vías de absolución. Esos caminos son los que nuestra sociedad y sistema político bloquean al no abrir más espacios para que se aplique mayor justicia en los casos de la dictadura. Que se investigue todo, que hayan sanciones, que no solo los asesinos materiales cumplan las penas, sino también sus autores intelectuales, las autoridades civiles de la época. Sin ello no solo no se está reparando a las víctimas, sino que los propios victimarios se ven imposibilitados de alcanzar la paz. Paz que en algunos pocos casos, como en el de Madariaga, les desean a otros a través de inverosímiles tarjetas de Navidad, porque saben, tienen la certeza, que ya nunca más la obtendrán.


por Manuel Guerrero Antequera Concejal Ñuñoa
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Un abrazo fraternal,

José Córdova García

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