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viernes, 9 de marzo de 2007

Moby Dick, la ballena Mapuche


Era un mocoso de no más de 10 años la 1º vez que supe de la historia de la Ballena Gigante. La historia me cautivó... más aun cuando supe que se había hecho una película (cuya fotografía del poster que la anunciaba se reproduce), la que disfruté por la TV, en blanco y negro, por allá por los años 70.

Ya hace mucho que leí un artículo muy interesante de Camilo Taufic, en que se mencionaba sobre la fabulosa ballena blanca Moby Dick.


Según el artículo Moby Dick es una ballena Mapuche.

¿Mapuche?... ¡Si!...

Los invito a leer el artículo original:

El colosal cetáceo, inmortalizado por el escritor norteamericano Herman Melville, era chileno.El mito de la ballena más valiente del mundo, la enorme, célebre, feroz asesina de todos los océanos en defensa propia, Moby Dick, que existió realmente y fue inmortalizada por la literatura y el cine, llamada también la ballena blanca, revivió en Chile hace algunos días al ritmo de un calvo cantante norteamericano de música electrónica: el afamado Moby.

Le pusieron así en homenaje a la obra de su tatarabuelo, el escritor norteamericano Herman Melville, que publicó con ese nombre una de las novelas-símbolo de EEUU, en 1851, inspirada en un cetáceo de características extraordinarias que se refugiaba en las cercanías de la Isla Mocha, frente a las costas de Arauco.

Llamada “Mocha Dick” por los balleneros europeos y norteamericanos del siglo XIX, salvó su vida durante 40 años atacando ella, con una agresividad nunca vista y dando resoplidos que formaban una nube a su alrededor, a quienes pretendían cazarla en alta mar, embistiendo sus barcos y perforándolos, volcando los botes que iban en su persecución y exterminando a remeros y arponeros que se atrevían a enfrentarla.

ISMAEL, EL SOBREVIVIENTE

El hecho de que sus protagonistas sean marineros que van en persecución de la gran ballena por los mares del mundo, desde Chiloé hasta el Japón, pero también en el Atlántico sur y el océano Índico, en Australia y al norte de Hawai, hasta Alaska, además de certificar su valentía, ha servido para reforzar la imagen de potencia mundial de EEUU, y por ello es considerada una novela “nacional”.

Pero Moby Dick no es sólo patrimonio de los norteamericanos: es una obra universal. La trama misma es fascinante, y va más allá de la lucha desigual de unos pocos balleneros, en sus botes de asalto, contra el habitante más grande del planeta. Es un combate inacabable entre el bien y el mal, para algunos críticos, el que enfrenta cara a cara en alta mar a la enorme ballena con sus cazadores, que utilizan arpones lanzados sólo a fuerza de brazos, y que termina con la muerte de todos ellos, menos uno: el joven Ismael, álter ego del autor, que sobrevive para contar el cuento.

El mismo Herman Melville fue un curtido ballenero que zarpó del noreste de EEUU, alrededor de 1840, para dar la vuelta al Cabo de Hornos y surcar los mares de Chile y toda la cuenca del Pacífico, tras los cetáceos que proporcionaban entonces el aceite de los faroles callejeros.

En la escena final de la novela, el barco de los protagonistas, el “Pequod”, que ha surcado los siete mares en su persecución, es hundido por los “espolonazos” de Moby Dick, arrastrando hacia el abismo a su último tripulante, el atormentado, obsesivo capitán Ahab, empecinado en vengarse de la ballena que le cortó la pierna en una expedición anterior y ahorcado finalmente por el cordel de un arpón que arrastra el animal victorioso clavado en su lomo.

LA VERDAD HISTÓRICA

Todo indica que Herman Melville se inspiró en una historia real para escribir Moby Dick. En 1839, la revista neoyorquina “Knickerbocker” publicó el relato de un oficial de la Armada de EEUU, Jeremiah Reynolds, sobre el increíble enfrentamiento de sus cazadores con un cetáceo de tamaño descomunal y totalmente albino, “blanco como la lana”, bautizado como “Mocha Dick” por los marineros yanquis.

Se la había avistado ya mucho antes en las cercanías de la isla Mocha, en Chile, al sur del paralelo 38, 20 millas al oeste de la costa, frente al río y actual poblado de Tirúa, en la VIII Región.

Según la versión de Reynolds, la “Mocha Dick” real fue finalmente capturada, después de ser perseguida a través del océano por distintos barcos balleneros, de diferentes nacionalidades, que antes habían clavado una veintena de arpones en su lomo sin lograr ultimarla. Ese detalle es repetido textualmente por Herman Melville. En su novela, sin embargo, la vencedora del sangriento duelo final es la ballena.

El autor tuvo otra referencia histórica: lo ocurrido con el velero “Essex”, también dedicado a la caza de ballenas y hundido por una de ellas, “grande como nunca se había visto”, exactamente en 1819, a 3.700 millas de Valparaíso, donde finalmente culmina la historia de los náufragos, hallados cerca de Juan Fernández, después de haber sobrevivido 90 días en el mar.

Arrastrados por las corrientes oceánicas, acosados por el hambre total y la falta de agua dulce, se vieron obligados incluso a recurrir al canibalismo con los que iban muriendo, en los frágiles botes salvavidas que tripulaban, para suplir la falta de alimentos.

De todos esos hechos hay constancia en los registros de la Capitanía de Puerto de Valparaíso. El investigador Germán Munita asegura que en ellos aparecen varios avistamientos, por esos años, de un gran cachalote blanco en las cercanías de la Isla Mocha.

EL MITO MAPUCHE

Melville nació precisamente el año en que habría ocurrido la historia real del ataque de la ballena blanca, en sus dos versiones (1819), contadas “de oídas” por el impreciso periodismo de entonces y 20 años después, en 1839. El autor de Moby Dick puede haberla leído entonces, o en 1846, cuando la revista “Knickerbocker” volvió a contar el suceso.

Melville culminó su relato en 1851, al cumplir los 32 años. El público le dio una fría acogida a la primera edición del libro, que se convertiría con el paso del tiempo en lectura obligada en colegios de todo el mundo.

Gran parte de la popularidad de Moby Dick arrancó luego de la versión cinematográfica, realizada en 1960 por John Huston, con Gregory Peck como protagonista. Detalle interesante: la adaptación y el guión fueron obra de un joven autor de ciencia-ficción recién descubierto entonces por Hollywood: Ray Bradbury.

La Isla Mocha tiene, en los mitos araucanos relacionados con ballenas, una figuración mayor que en las leyendas de los viejos marineros-cazadores de Nantucket, el puerto de Massachusetts desde donde zarparon tanto el imaginario “Pequod” de Melville como el real “Essex” hundido por la ballena blanca.

En la mitología mapuche existe la leyenda de Trempulcahue, redescubierta por el historiador nacional Tomás Guevara en 1898, después de ser citada por el jesuita Diego de Rosales, en los años 1600, durante la Colonia. Cuatro ballenas llevan las almas de los mapuches que mueren hasta la Isla Mocha, desde donde parten en una balsa fúnebre hacia una ignota región situada a Occidente, más allá del horizonte marino.

Las cuatro ballenas son viejas mujeres mágicamente transformadas en cetáceos, que realizan su tarea a la caída del sol de cada día, pero que ningún ser humano puede ver. Cada alma de los difuntos debe hacer una contribución en “llancas” (piedrecillas de color turquesa) “que los aborígenes valoran más que los diamantes”, según Rosales, y que depositan al lado del muerto y utilizan para pagarle los servicios al barquero.

Terminada la Segunda Guerra Mundial, en 1945, la escasez de alimentos que acosó al mundo empujó a las flotas balleneras de Japón y la Unión Soviética en busca de la carne de la rica masa de cetáceos que se mantenía en el Pacífico sur, especialmente frente a Chile.

Invadieron, entonces, sin miramientos los cotos de caza “reservados” que mantenían las compañías anglo-chilenas frente a nuestros cuatro mil kilómetros de costa, e incluso más arriba en el mapa, cuando el límite establecido internacionalmente para el mar territorial era apenas de 12 millas.

Para evitar la presencia de competidores, se resucitó entonces la teoría de la “plataforma continental”, geológicamente unida y continuación natural del continente sudamericano, hasta 200 millas mar afuera. Ésta fue proclamada como “zona de explotación económica exclusiva”, en 1947, por el Gobierno de Gabriel González Videla.

La campaña fue altamente exitosa, porque una ley coronó ese mismo año en el “Diario Oficial” los esfuerzos de los “protectores” de las ballenas chilenas. A la misma posición fueron adhiriendo otros países de la región, comenzando por Perú y Ecuador, que firmaron en 1952 el inicial tratado internacional de las 200 millas con Chile.

El documento tuvo pronto decenas de países adherentes en todo el mundo, hasta llegar hoy a las 130 naciones que suscriben este principio consagrado del derecho del mar. Muy pocos recuerdan, sin embargo, su oscuro origen, ligado a la “necesidad” de asegurar la captura y exterminio de miles de ballenas descendientes de Moby Dick, en las mismas aguas que la vieron navegar airosa, al norte, al sur y al oeste de la Isla Mocha.


Por Camilo Taufic
Diario La Nación