Breve historia de Amor
— Hijo, por favor, tráeme a mi Rojito. Para despedirme… No lo metas a la fuerza en la bolsa, explícale. Él lo entiende todo.
El hijo asintió y fue a buscar al gato. Rojito era un gato viejo y casi completamente ciego, que había sido, en los últimos años, el único compañero constante de su padre enfermo. Estaban juntos día y noche — silenciosos, cansados de la vida, pero ambos aferrados el uno al otro.
Cuando el hijo regresó, el padre apenas podía moverse. Estaba acostado, aferrado con dedos temblorosos a la sábana, asintiendo levemente a las palabras. Sus labios apenas se movían, casi inaudibles. Solo sus ojos, llenos de dolor y amor, seguían buscando algo.
El hijo soltó a Rojito sobre la cama.
— ¡Despídete, Rojito!… — dijo con voz temblorosa, acercando al gato a la cabecera. — ¿Te muestro dónde está papá?
Pero Rojito no necesitaba que le mostraran nada. Como si pudiera ver, avanzó con paso seguro, extendió sus patas y se acurrucó contra el rostro de su amado humano.
— ¡Rojito… Mi querido Rojito!… — susurraron casi sin sonido los labios del hombre.
El gato ciego frotaba su nariz contra sus mejillas, sus labios, tratando de absorber el último calor. Y de sus ojos, velados por la enfermedad, brotaban lágrimas verdaderas.
El hombre, con gran esfuerzo, alzó su mano temblorosa y la apoyó en el suave pelaje. Los dedos apenas se movían, pero Rojito sentía todo — el calor, el amor, la desesperación.
El hijo estaba de pie, sin poder contener las lágrimas. Nunca en su vida había presenciado algo tan triste y tan lleno de luz al mismo tiempo.
— ¡Gracias… por todo! — susurró apenas el padre, mientras su mano quedaba inmóvil. En ese instante Rojito seguía abrazándolo, como si supiera que si lo soltaba, su humano se iría para siempre.
La habitación quedó en silencio. Solo se oía un leve ronroneo, como si el gato intentara con su voz retener la vida, traerla de vuelta.
El hijo se sentó al borde de la cama y cubrió la delgada y ya fría mano de su padre con la suya.
— ¡Papá!… — dijo suavemente. — ¡Estamos aquí!.. ¡No estás solo!…
Rojito permaneció acostado, pegado a él, sin moverse. Como si su pequeño corazón se hubiese roto.
Luego levantó la cabeza y maulló débilmente — breve, triste, casi humano. Como si llamara. Como si pidiera que regresara.
El hijo se quedó inmóvil, observando cómo Rojito se acercaba al rostro, lamía sus párpados cerrados y luego volvía a acurrucarse, abrazándolo con todo su cuerpo. Como si quisiera absorber todo el dolor y el frío que ya nadie podía detener.
Pasaron minutos, horas — nadie las contó. El tiempo se detuvo.
Más tarde, el hijo contaría que esa noche comprendió como el amor puede ser tan puro, tan silencioso y verdadero, que ningún idioma podría describirlo.
Cuando amaneció, Rojito seguía acostado al lado.
No se había ido. No lo había abandonado. Permaneció en su puesto hasta el final, protegiendo el último silencio de su amado humano.
Y sólo cuando el hijo, llorando, lo tomó en brazos y lo apretó contra su pecho, Rojito suspiró suavemente, hundió su nariz en su mano y se quedó inmóvil. Había cumplido su misión. Hasta el final.
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Cuento visto en internet. Desconozco a su autor.
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