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domingo, 21 de marzo de 2010

Camas separadas... ahora sí que sí

El delicado equilibrio de la armonía en el lecho matrimonial tiene que ver con cosas más mundanas que el sexo. Ella quiere leer, él quiere ver el partido en TV. Él prefiere dormir con la ventana abierta, incluso cuando afuera hay hielo; ella tirita. ¿Una frazada o dos? Mejor dormir en piezas separadas, dicen los científicos.
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Apartados pero descansados .- En nuestra cultura las camas separadas se asocian al fin del amor, sin embargo hay científicos que creen que mejorar la calidad del sueño incluso podría ser beneficioso para la relación. 


Fue a comienzos de la década del 80. Los manifestantes marchaban hacia las plantas de energía nuclear en Brokdorf y Gorleben, Nena le cantaba a sus 99 globos rojos y el Bayern Munich era el campeón de la liga alemana de fútbol por enésima vez. Fue también la época en que Lucy y Jürgen armaron su primera cama doble en su hogar cerca de Stuttgart. Hecha por cierta empresa sueca, la cama tenía apenas 140 centímetros de ancho. La cubrieron con brillantes sábanas de satín y Jürgen no tenía más que tirar al suelo su delgada corbata de cuero para meterse a ella. Después de todo, estaban viviendo en pecado.


Casi 30 años, una compra de casa, varias aventuras extramaritales y dos hijos después, su otrora nido de amor ha sido degradado a cama de invitados en el subterráneo. Arriba, en el dormitorio principal, podrán ahora haberse promovido a un colchón king-size, pero Lucy sólo duerme a breves intervalos. En parte la culpa la tienen los hijos; aunque tienen ocho y 10 años de edad, siguen tratando de incursionar en la cama de sus padres. Pero la razón principal está en los ronquidos perforadores de tímpanos de Jürgen, los que son interrumpidos (brevemente y sólo a veces) por una desconcertante apnea. Ha pasado mucho tiempo desde que las cosas eran intrépidas entre ellos. De hecho, su relación es más bien silenciosa y Lucy hasta fantasea a veces sobre el divorcio. Pero ¿camas separadas? “Por ningún motivo”, dice ella, enfática. “Piense solamente en los niños. ¿Y qué tendríamos ya en común?”.


El fin del éxtasis


Buena pregunta. Lo que suena como un caso limítrofe de conflicto marital es en realidad una saga de todos los días en el promedio de los dormitorios. No importa lo averiado que pueda estar un matrimonio o una relación, compartir la cama es una expresión de un lazo que se conserva pese a todo lo que científicos y consejeros digan que debemos hacer para dormir sanamente y mantener el entusiasmo marital. Aún así, pese a las evidencias científicas, alrededor de la mitad de todas las parejas que comparten una misma cama insisten en que duermen mejor de esa manera.


Ahora, sin embargo, investigadores del laboratorio del sueño de la Universidad de Viena han confirmado la afirmación de Loriot, un destacado humorista alemán, quien ha dicho que hombres y mujeres simplemente no están hechos para estar juntos, ni siquiera cuando están inconscientes. Los especialistas de Viena han dejado pocas piedras sin dar vuelta en sus investigaciones sobre cómo duerme la gente. Doctores, biólogos, sicólogos, expertos en conductas y sociólogos fueron convocados para analizar de qué manera compartir una cama afecta “la calidad del sueño, el bienestar general y la calidad de la respectiva relación”.


Se puede decir con seguridad que retirarse en parejas no es necesariamente la manera más excitante de descansar de noche. Miembros de algunas sociedades de África y Asia siguen buscando calor y seguridad de noche en grupos más amplios. Pero, como un resultado de las costumbres sociales y religiosas del siglo XVII, las parejas de a dos se convirtieron en el modelo de las sociedades occidentales, con la expectativa de que dormir podría no ser la única actividad a la que se dedicaran. Los franceses, por ejemplo, favorecían irse a la cama en una camisa de dormir de lino con una rendija convenientemente ubicada a la altura de la ingle. Al mismo tiempo, en algunas partes de Estados Unidos, que por entonces era el bastión del puritanismo, los cónyuges podían enfrentar penas criminales por irse juntos a la cama, aunque lo hicieran vestidos, a menos que pretendieran seriamente procrear. Lo cierto es que las personas que podían permitírselo tenían dormitorios separados para el señor y la señora de la casa, un lujo que los investigadores modernos del matrimonio se afanan por promover nuevamente. Como reconoció al principio del siglo XX la investigadora feminista en planificación familiar Marie C. Stopes, las parejas que comparten un dormitorio pueden tener períodos de pasión de vez en cuando. El corolario, no obstante, se está convirtiendo en un testigo habitual de lo “poco atractivos y hasta absurdos rituales de la higiene personal”. A Stopes le preocupaba que esos despliegues pudiesen disminuir el nivel de deseo que las parejas sienten por el otro, no exactamente conveniente para un matrimonio.


El dormir de un hombre no es el dormir de una mujer.


Y, aún así, el delicado equilibrio de la armonía en el lecho matrimonial tiene que ver con cosas más mundanas que el sexo. Ella quiere leer, él quiere ver el partido por TV. Él prefiere dormir con la ventana abierta, incluso cuando afuera hay hielo; ella tirita. ¿Una frazada o dos? ¿Debiera el colchón ser de látex, espuma o plumas? Ya sea que pase por sacudones, que se tengan hijos o que se envejezca juntos, la pareja por toda una vida se ve acosada por obstáculos que pueden afectar adversamente el tradicional ritual de compartir la cama.


Aparte de los diferentes hábitos para dormir, numerosos estudios han concluido también que una razón por la que compartir una cama puede ser algo tan destrozador de nervios es porque hay diferencias genéticas en la forma en que duermen los hombres y las mujeres. Por ejemplo, las mujeres necesitan descansar más que los hombres, irse a la cama más temprano, sienten frío allí con mayor frecuencia y tienden más en las mañanas a seguir durmiendo, aunque también tienden a ser las que se levantan más temprano. Los hombres, por su parte, son mejores para mantener una temperatura corporal constante, lo que es una razón de por qué los expertos de Viena dicen que los hombres están bien preparados para abrigar a su compañera. Los hombres son típicos búhos nocturnos, roncan más a menudo y son mejores para dormir durante perturbaciones. La mayoría de los hombres no son conscientes de que sus esposas se despiertan mucho y que tienen horas de insomnio, y siguen imperturbables a su lado. La diferente actividad hormonal en hombres y mujeres también se traduce en períodos asincrónicos de sueño ligero y profundo, algo en que las mujeres tienen más problemas para adecuarse. Bajo estas circunstancias, no es sorpresa que los hombres afirmen dormir mejor cuando su pareja está en la cama que cuando no lo está. En cambio, las mujeres dicen que son despertadas más a menudo por su pareja, ya sea porque el ruido proveniente del otro lado de la cama se ha hecho intolerablemente fuerte o porque la desigual distribución de pesos en el colchón los desplaza como si estuvieran en un trampolín cada vez que el compañero de cama se da vuelta (lo que, entre paréntesis, hace hasta 30 veces por noche).


Los investigadores dicen también que el hecho de que a las mujeres les cueste más relajarse de noche tiene algo que ver con la todavía típica división de las responsabilidades domésticas en nuestra sociedad. Las madres, que desempeñan predominantemente el rol de cuidadoras de la familia (es decir, de satisfacer las necesidades de los hijos, atender a los ancianos y preocuparse por los adolescentes que no llegan de noche a casa a buena hora), continúan con sus deberes familiares de “control de tráfico aéreo” de noche, como una manera de evitar conflictos y accidentes. Y no es que puedan simplemente bajar una palanca y relajarse.


Con la edad, estos patrones de sueño específicamente de géneros sólo se hacen más pronunciados. Las mujeres sufren del síndrome de agitación de piernas mientras los hombres pierden gradualmente la capacidad de un sueño profundo. A quienes les gusta tomar siestas durante el día encuentran que no pueden caer o mantenerse dormidos de noche. Y, pese al hecho de que la mayoría de los hombres son asombrosamente inmunes a sus propios olores corporales, las mujeres no lo son. Ni siquiera un par de rociadas con Chanel Número 5 (cuyas cualidades evocadoras de sueños hasta Marilyn Monroe adoraba) podrán amortiguar el olor emitido por gastados pijamas de franela y calcetines de lana. Igualmente, los científicos han identificado casi un centenar de diferentes perturbaciones del sueño. ¿Es de extrañar entonces que las parejas no puedan yacer con tranquilidad cuando juntan sus problemas?









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Artículo de Bettina Musall/Der Spiegel
Publicado el Domingo 21 de marzo de 2010 en www.lanacion.cl
Versión original en: http://bit.ly/byJm9G
Fotografía gentileza de La Nación Domingo

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